Hay quienes prefieren mirar la vida desde un costado en el camino, otros toman distancia y la miran de frente y reflexionan, otros pasean por senderos y cuando pueden descansan por ahi pero otros escojen atravezarla de lleno no solo para vivirla sino por un don mas genuino y es contarnosla...les dejo esta preciosa historia de un amigo acompañada por bellas fotos...disfrutenlo.
"Hubo una vez en la ciudad de Rosario una mujer de nombre muy feo. Ella se llamaba Gracia. Ni Graciela ni Gracias: ella era simplemente Gracia.
Gracia, a pesar de tener ese condicionante nombre, era una mujer como cualquier otra. Neurótica, apurada, humana, cansada, fumadora. Debía estar cerca de los cincuenta años. Era madre, trabajadora, y propietaria de un departamento de pasillo en el barrio de Pichincha. Cuando cumplía su jornada laboral, cada tarde, salía del estudio donde trabajaba como contadora, caminaba unas diez cuadras hasta una avenida costera, se sentaba en un banco frío y feo de cemento, junto a los silos de colores, a observar pasar el agua y allí encontraba un poco de paz ante el efímero mundo de las ocho horas entre los sueldos y las quejas. No sabía de fauna pero ella amaba ver a las criaturas andar por sí mismas y hasta las bautizaba con nombres que se le ocurrían. Seguía con la mirada al pájaro azul que va gritando como una matraca y, de tanto verlo, hasta había hallado sus cuevas en la tierra de las barrancas. Azulino el Gritón lleva una mojarrita en la boca, pensaba; sus pichoncitos ya van a salir… un día de estos. La Corta Vientos ya sabe que el pescador limpia pescados y pronto va a posar quieta en el aire acompañando la deriva de las tripas. El Oscuro que Bucea hace malabares con el animal vivo, hasta acomodarlo en la boca y tragarlo. Un día pudo ver cómo se le complicaba con un pez mal acomodado, que abrió las chuzas justo en el momento en que pasaba por el cuello del ave, ocasionando una muerte lenta y dolorosa para el cazador subacuático. Las Anda Zanjas siempre aparecían al caer del sol, caminando entre viejos durmientes de quebracho que asomaban sobre las aguas: restos de otra ciudad que una vez ocupó el mismo espacio que la de Gracia. Cuando había luna llena pasaba allí más tiempo, esperando que el astro claro dibujara la ruta hacia ese misterioso lugar que ella no conocía y que imaginaba más que mágico y misterioso que las mismas costas de las barrancas. Búhos blancos que ella llamaba Sirenas del Aire parecían hablarle —en sus chillidos— de aquel velado mundo deltaico que sólo pocos conocían pero que, por cerca, está más que a nuestro lado. Cuando la luna pasaba de los tonos colorados al blanco más puro, ella se levantaba y caminaba hasta su casa, saludando al río que tanto amaba con un «Hasta mañana, que descanses en paz».
Así pasaron los días. Muchos. Yo la observé durante más de tres años, cada tarde, al volver con la bicicleta de mi trabajo. Algunas veces me detuve a su lado para saludarla. ¿Cómo le va, Doña Gracia? Bien… mirando un poco el río. ¿Por qué viene todos los días a este lugar? Sabés Guarú, me explicó una tardecita; la gente es muy horrible. Hasta los más buenos tienen un lado espantoso para conocer, pero en mi trabajo no tengo la posibilidad… la incertidumbre de ver cómo hallaré a la persona. Permanentemente vivo en las penumbras del lado oscuro del ser humano. Dinero, estafas, evasión. ¿Sabías que a cada mierda una secuela? Mi jefe está lleno de manchas en la cara, y carga con un latido permanente en el párpado inferior del ojo derecho. No te cuento las cosas que hacemos en el estudio porque te irías de mi lado en este mismo momento para aborrecerme toda tu vida. De contadores y abogados se ha llenado el infierno.
Los abogados, recordé, ayudan a los inocentes indefensos; los contadores arreglan la economía y los agrónomos producen alimentos. Ya había superado esos planteos, pero tras las palabras de Gracias volvieron aquellas inquietudes de la edad temprana.
Así que acá estoy… Buscando un poquito de paz. Un poquito de silencio aunque escuche los autos a mi espalda. Acá callo e imagino. Imagino cómo es el mundo verde que está del otro lado del río.
¿No lo ha conocido aún, Doña Gracia? ¿Y cómo voy a hacerlo?, explicó, si yo soy de acá. ¿Vos lo viste alguna vez de cerca? Digamos que sí, le respondí, un poco he visto de ese lugar. ¿Y cómo son las islas, muchacho? Contame un poco sobre ellas.
Las islas son lugares diferentes… Ahí no sirve el dinero, no hay fútbol, ni autos, ni siquiera bicicletas. No hay putas, ni fiolos, ni contadores… ni se canta el himno o se va a la iglesia. En las islas se sonríe demasiado, allá hay poca gente y se desconoce la tristeza. No sirven los despertadores porque las aves, por las mañanas, tapan el ruido de los aparatos. Allá no hay muros ni veredas, pero aún esa libertad no se puede andar por cualquier lado; allí desviarse duele o entierra. En las islas todo se mueve, hasta la misma tierra. Los lugares se modifican de año a año y ya no vuelven jamás a ser lo que fueron. Crecen plantas, tapan, mueren, se abren senderos, se cierran, el río destruye, el río deja… Todo se mueve. La isla marea y sólo se hace pie si se respira hondo y se agradece.
…todo se agradece…
El dolor de los mosquitos enfurecidos, la helada congelando el costado que no mira al fogón… todo se agradece… La lluvia que dibuja víboras gigantes en los arroyos, el sol caliente que hace arder las plantas de los pies al andar sobre la arena… y se agradece que nos esté pasando aunque nos duela. El olor de la madera que se quema, el sonido ínfimo de la marejada mínima, la araña tejiendo una red de cientos de metros entre los sauces al caer la tarde. Todo se agradece… No se puede andarla de otra manera.
…las islas son un lugar donde todo se agradece.
Pasó el tiempo. Seguí viendo a la mujer sentada en el mismo sitio de siempre. Uno, dos, tres años. Pero un día, en el otoño del año 2008, Gracia ya no volvió a su banco frente al río. Me acerqué para ver de cerca el banco frío y feo donde se sentaba Gracia. No sólo que ella ya no estaba allí; su fantasma también se había marchado. Sentí que era solamente un banco vacío y nada que se pareciera a la nostalgia permanecía impregnado en él.
Entonces había llegado el invierno más gris. Habíamos ido a acampar al Paso Destilería, a la altura de la ciudad de Capitán Bermúdez, y el frío absorbido durante varios días terminó de arruinarme y no pude más que acostarme en la carpa y permanecer el fin de semana mirando el cruce de varillas. Afuera, los miembros del AKU seguían con sus actividades tradicionales de cualquier campamento. Leonardo Ferreyra discutía con Iván Machado sobre las costumbres: las buenas versus las tradicionales. Facundo Santoro recitaba poemas en voz alta tratando de llamar la atención de Kiara Osorio, que había vuelto del monte, donde había encontrado algunas vasijas que pertenecieron a los antiguos habitantes de las islas.
Yo sobre el aislante, envuelto en la bolsa de dormir, con frío, fiebre, calor, malestar… Transpiración que se hela, ruidos que saturan en el oído, varillas que se cruzan. A pesar de ello, no dejé mi trabajo de cronista y seguí anotando.
Tomé un té de coca pero sólo hizo que aumentara la transpiración. Afuera la ligera brisa del oeste era interpretada por mi termostato roto, como una baja de 15 grados en la térmica.
Al baño y otra vez a la carpa. A seguir mirando las varillas. Si por lo menos una araña…
Escribo. Después lo paso en limpio. Afuera hablan.
No; el chamamé maseta no es bueno. Te digo que es la voz de la gente. Te digo que no, que eso no dice nada sino que enaltece lo más oscuro de la sociedad. Solito había quedado el alazán, si ya su patrón, por viejo el animal, lo olvidó en la helada azul de la noche de luna. Esto parece la cabeza de un loro. Es rico en tradición. Pero pobre en música y poesía. Y yo no quise seguir viéndolo, si era llorar los dos cuando me arrimaba al alambrado. El sapukay no debe ser grito de «maricón que se quema»; originalmente era un rebuzno. Las vacas pisan y rompen toda la cerámica. Así que me fui, rodié el camino… por dos años. Debajo de un ceibo viejo, ahí estaban. Pero si la gente lo tomó como propio, y lo grita feliz desde adentro del monte o de su rancho. Qué importa qué docto ha querido imponer un modo. Para no pasar por el campito donde fuiste a terminar tus días. Azulino el Gritón entra y sale del agua a la velocidad de la luz, no salpica. Tómese unos mates, hablábamos de música. Estos dibujos en la pieza son muy interesantes. Cuando vi los caranchos revoloteando sobre la montaña rojiza dije «puto tu destino». Me canso un poco, pero estoy aprendiendo en la escuelita de Juan Olivera. ¿Y le gusta mirar los animales? Sólo un animal soltaría vacas sobre los cerros donde están los restos de esta gente. Animal te dicen a ti, sin ver la bestia que te dejó bajo el invierno. Animales, animales. En el monte los animales que son más buenos que los de la ciudad. Acá buscan comida, allá dinero.
Gracia se ha animado. Todo se agradece.
Las varillas son 4 ahora, ahora dos, se borran, tengo sueño. El Oscuro que Bucea acomoda su bocado."
FIN.-
APORTE A "EL MUNDO ME ESPERA" DEL BLOG AMIGO "EL BLOG DEL RIO PARANÁ".
HISTORIA Y FOTOS DE SANTIAGO GUARÚ DEL RÍO
http://santiagodelrio.wordpress.com/
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